Tuvimos que esperar bastante hasta
que el cielo estuviese lo suficientemente oscuro. Eran aproximadamente las once
y media de la noche cuando Marko y yo salimos por la puerta trasera del
restaurante y nos fuimos a su casa para prepararnos. Marko se puso su buzo azul
de esquí encima de varias capas de jerséis y pantalones térmicos y yo hice lo
propio. Ya que por la mañana habíamos hecho el paseo por el parque nacional y
varias veces las botas se me habían llenado de nieve, mis calcetines todavía
seguían un poco húmedos. Le pedí a Marko que me dejara unos calcetines gordos.
Acabé llevando unas enormes botas de agua de la talla 44 con tres pares de
calcetines de lana. Ya con los pies bien calentitos salimos en busca de las
auroras boreales. Tenía oído que una
semana antes se había producido una fuerte tormenta solar y que toda aquella
actividad estaba llegando a la tierra durante esos días, por lo que aunque ya
había visto auroras con anterioridad (en Rovaniemi, en la parte más oscura de
la ciudad, pero aún había bastante contaminación lumínica y aunque no dejaron
de ser asombrosas, el cielo no estaba completamente oscuro), allí, en medio de
la nada, en mitad de la naturaleza, esperaba poder verlas con más intensidad.
Nos alejamos de las casetas y nos
adentramos en el bosque para llegar al primer claro donde los altos pinos no
nos impidiesen ver el cielo. La noche era estrellada y se podían apreciar
varias líneas verdes en el cielo. Marko instaló su cámara y nos quedamos en
silencio en la oscuridad. Nos sentamos en el suelo. Él bebía cerveza mientras
sacaba alguna foto y hablábamos sigilosamente para no romper la magia del
momento. Las líneas verdes del cielo iban y venían, unas se hacían más intensas
y otras desaparecían. Estuvimos contemplando aquellas apariciones durante unos
veinte minutos hasta que ya estábamos fríos otra vez.
Recogimos la cámara y nos dirigimos a la cabaña de Marko. Nos quitamos las
botas antes de entrar y Marko se puso a pasar al ordenador las fotos que había
sacado. Me dijo que debíamos esperar un poco a que las auroras estuviesen más
avanzadas, ya que éstas aun eran demasiado débiles a su parecer. Estuvimos charlando y bebiendo cerveza hasta que a la media hora
decidí salir de la casa a ver cómo estaba el cielo. Nada más abrir la puerta le
grité a Marko que saliese. Él no parecía impresionado, seguramente estuviese
acostumbrado a ver las auroras en este estado, pero para mí fue realmente
impresionante.
Todo el cielo lleno de figuras verdes con destellos morados. Fue
increíble. Me puse las botas a todo correr y salí de la casa para dirigirme a
una zona más oscura situada a unos cien metros. No podía parar de mirar el
cielo y decir “Oh Dios mío”. Todo el rato, no podía parar. Uno de los
instructores de huskies se cruzó en mi camino hacia el claro y entre risas me
preguntó si esta era la primera vez que las veía. Yo le dije que no, pero que
no las había visto nunca con tanta intensidad. Marko salió de la casa detrás de
mí, cargado con la cámara y el trípode. Una vez llegamos ahí, lo plantó en el
sitio que creyó más adecuado y comenzó a sacar más fotos. Me preguntó a ver si
quería que me sacase alguna foto. Un poco tímida le dije que sí y seguí sus
instrucciones. Para que la foto saliese bien tenía que permanecer al menos diez
segundos en la misma posición. Él me dijo que quería sacarme una foto “abrazando”
el universo, que me diese la vuelta y mirando al cielo abriese los brazos. Yo
hice exactamente lo que me pedía, a pesar de que me sentía un poco ridícula,
pero no podía dejar de sonreír y disfrutar de la belleza de las luces en el
cielo. Repetimos varias veces la misma foto en diferentes direcciones hasta que Marko consiguió la que buscaba y nos volvimos a sentar en la nieve para deleitarnos con aquel suceso tan maravilloso. Yo no cabía en mí
misma de lo feliz y asombrada que estaba. En el cielo, a la derecha podía ver
un perfecto círculo de color verde con ciertos destellos morados; en medio
había varias rayas y, a la derecha, una aurora moviéndose en zig-zag, como si
de una ola se tratase. Ésta última era para mí la más hermosa, pero el conjunto
en general era increíble. Rara vez se pueden llegar a ver auroras con otra
forma que no sean líneas rectas y menos aún moviéndose. Le repetí mil veces a
Marko lo increíble que era aquello. Él parecía encantado con mi asombro, además
dijo que aquellas auroras eran especialmente intensas, que había tenido
muchísima suerte.
Cuando ya llevábamos media hora observando el espectáculo y
las auroras ya estaban desapareciendo, decidimos volver. Antes de despedirnos
Marko me indicó dónde debía coger el autobús de vuelta por la mañana y me dio un
gran abrazo. Yo le di las gracias por todo lo que había hecho por mí, por todo
lo que me había enseñado y las experiancias que me había facilitado, estaba
realmente emocionada. Nos despedimos frente a su cabaña y yo me dirigí a la mía
completamente feliz. Entré, me quité la ropa y me metí directamente a la cama,
sabía que en un par de horas amanecería. Decidí que por la mañana me levantaría
dos horas antes, para poder ir a sacar algunas fotos antes de irme, ya que
cuando estábamos de paseo por el parque nacional, el móvil se me cayó a la
nieve y perdí algunas fotos. Esa noche me costó dormirme de lo emocionaba que
estaba. La situación me abrumaba, todo lo vivido en aquellas veinticuatro horas
había sido de lo más fantástico. Jamás creí que lo que me esperaba en
Tankavaara fuese a ser de este calibre.
Me desperté a las seis de la
mañana. Aún tenía dos horas antes de que mi bus pasase por esa carretera. Me
puse toda la ropa, las botas, el gorro, la bufanda, los guantes y el abrigo y
salí. Ya había amanecido y descubrir el momento de los primeros rayos de sol fue
increíble (más tarde, ya en Rovaniemi, me hice un tatuaje de un símbolo Sami
que representa este momento del día). Hacía tanto frío que apenas pude sacar
fotos porque nada más sacabas la mano cinco segundos del guante se te congelaba
y te dolían hasta las uñas. Pero mereció la pena. El silencio, la naturaleza,
la encantadora belleza de las cabañas, el sol iluminándolo todo, reflejado en la nieve y expandiendo su brillo gracias a la ligera
capa de hielo que cubría toda la naturaleza… Era simplemente maravilloso.
Antes de dirigirme a la carretera,
me volví a meter en mi caseta unos minutos para volver a entrar en calor. Luego
dejé la llave dentro del buzón de madera del restaurante y, finalmente, me despedí
de Tankavaara. Me dirigí a la carretera principal por la que debía pasar mi autobús
y esperé moviéndome de un lado a otro para tratar de mantenerme en calor
mientras, de fondo, oía despertar a los huskies. Cuando me estaba empezando a
enfriar apareció a lo lejos en la carretera un autobús que supuse era el mío,
ya que hasta ese momento no había pasado ningún vehículo por aquel lugar. Le
hice una seña al conductor y el bus paró a mi lado. Me subí y pagué mi viaje de
vuelta a Rovaniemi. Los paisajes helados de la vuelta fueron igual de
increíbles que los de la ida, pero no pude quitarme de la cabeza todo lo que
había vivido el día anterior, no dejaba de recordar todos los momentos uno a
uno y emocionarme con cada uno de ellos. ¡Había tenido tanta suerte con todo! La
gente que había conocido, el tiempo, que coincidiera con que el pueblo
estuviese lleno de huskies, las auroras boreales, que me invitaran a todo… Dejé
Tankavaara atrás con la sensación de haber descubierto la esencia de la Laponia
finesa, un lugar diminuto, único en el mundo. Me alejaba de Tankavaara sabiendo
que aquella mágica experiencia la llevaría siempre en mi corazón.
Hug the Universe |
Alin Blanco
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