miércoles, 7 de junio de 2017

My adventure in wild Lapland! (4:)

Tuvimos que esperar bastante hasta que el cielo estuviese lo suficientemente oscuro. Eran aproximadamente las once y media de la noche cuando Marko y yo salimos por la puerta trasera del restaurante y nos fuimos a su casa para prepararnos. Marko se puso su buzo azul de esquí encima de varias capas de jerséis y pantalones térmicos y yo hice lo propio. Ya que por la mañana habíamos hecho el paseo por el parque nacional y varias veces las botas se me habían llenado de nieve, mis calcetines todavía seguían un poco húmedos. Le pedí a Marko que me dejara unos calcetines gordos. Acabé llevando unas enormes botas de agua de la talla 44 con tres pares de calcetines de lana. Ya con los pies bien calentitos salimos en busca de las auroras boreales. Tenía oído que  una semana antes se había producido una fuerte tormenta solar y que toda aquella actividad estaba llegando a la tierra durante esos días, por lo que aunque ya había visto auroras con anterioridad (en Rovaniemi, en la parte más oscura de la ciudad, pero aún había bastante contaminación lumínica y aunque no dejaron de ser asombrosas, el cielo no estaba completamente oscuro), allí, en medio de la nada, en mitad de la naturaleza, esperaba poder verlas con más intensidad.

Nos alejamos de las casetas y nos adentramos en el bosque para llegar al primer claro donde los altos pinos no nos impidiesen ver el cielo. La noche era estrellada y se podían apreciar varias líneas verdes en el cielo. Marko instaló su cámara y nos quedamos en silencio en la oscuridad. Nos sentamos en el suelo. Él bebía cerveza mientras sacaba alguna foto y hablábamos sigilosamente para no romper la magia del momento. Las líneas verdes del cielo iban y venían, unas se hacían más intensas y otras desaparecían. Estuvimos contemplando aquellas apariciones durante unos veinte minutos hasta que ya estábamos fríos otra vez. Recogimos la cámara y nos dirigimos a la cabaña de Marko. Nos quitamos las botas antes de entrar y Marko se puso a pasar al ordenador las fotos que había sacado. Me dijo que debíamos esperar un poco a que las auroras estuviesen más avanzadas, ya que éstas aun eran demasiado débiles a su parecer. Estuvimos charlando y bebiendo cerveza hasta que a la media hora decidí salir de la casa a ver cómo estaba el cielo. Nada más abrir la puerta le grité a Marko que saliese. Él no parecía impresionado, seguramente estuviese acostumbrado a ver las auroras en este estado, pero para mí fue realmente impresionante. 



Todo el cielo lleno de figuras verdes con destellos morados. Fue increíble. Me puse las botas a todo correr y salí de la casa para dirigirme a una zona más oscura situada a unos cien metros. No podía parar de mirar el cielo y decir “Oh Dios mío”. Todo el rato, no podía parar. Uno de los instructores de huskies se cruzó en mi camino hacia el claro y entre risas me preguntó si esta era la primera vez que las veía. Yo le dije que no, pero que no las había visto nunca con tanta intensidad. Marko salió de la casa detrás de mí, cargado con la cámara y el trípode. Una vez llegamos ahí, lo plantó en el sitio que creyó más adecuado y comenzó a sacar más fotos. Me preguntó a ver si quería que me sacase alguna foto. Un poco tímida le dije que sí y seguí sus instrucciones. Para que la foto saliese bien tenía que permanecer al menos diez segundos en la misma posición. Él me dijo que quería sacarme una foto “abrazando” el universo, que me diese la vuelta y mirando al cielo abriese los brazos. Yo hice exactamente lo que me pedía, a pesar de que me sentía un poco ridícula, pero no podía dejar de sonreír y disfrutar de la belleza de las luces en el cielo. Repetimos varias veces la misma foto en diferentes direcciones hasta que Marko consiguió la que buscaba y nos volvimos a sentar en la nieve para deleitarnos con aquel suceso tan maravilloso. Yo no cabía en mí misma de lo feliz y asombrada que estaba. En el cielo, a la derecha podía ver un perfecto círculo de color verde con ciertos destellos morados; en medio había varias rayas y, a la derecha, una aurora moviéndose en zig-zag, como si de una ola se tratase. Ésta última era para mí la más hermosa, pero el conjunto en general era increíble. Rara vez se pueden llegar a ver auroras con otra forma que no sean líneas rectas y menos aún moviéndose. Le repetí mil veces a Marko lo increíble que era aquello. Él parecía encantado con mi asombro, además dijo que aquellas auroras eran especialmente intensas, que había tenido muchísima suerte. 


Cuando ya llevábamos media hora observando el espectáculo y las auroras ya estaban desapareciendo, decidimos volver. Antes de despedirnos Marko me indicó dónde debía coger el autobús de vuelta por la mañana y me dio un gran abrazo. Yo le di las gracias por todo lo que había hecho por mí, por todo lo que me había enseñado y las experiancias que me había facilitado, estaba realmente emocionada. Nos despedimos frente a su cabaña y yo me dirigí a la mía completamente feliz. Entré, me quité la ropa y me metí directamente a la cama, sabía que en un par de horas amanecería. Decidí que por la mañana me levantaría dos horas antes, para poder ir a sacar algunas fotos antes de irme, ya que cuando estábamos de paseo por el parque nacional, el móvil se me cayó a la nieve y perdí algunas fotos. Esa noche me costó dormirme de lo emocionaba que estaba. La situación me abrumaba, todo lo vivido en aquellas veinticuatro horas había sido de lo más fantástico. Jamás creí que lo que me esperaba en Tankavaara fuese a ser de este calibre.

Me desperté a las seis de la mañana. Aún tenía dos horas antes de que mi bus pasase por esa carretera. Me puse toda la ropa, las botas, el gorro, la bufanda, los guantes y el abrigo y salí. Ya había amanecido y descubrir el momento de los primeros rayos de sol fue increíble (más tarde, ya en Rovaniemi, me hice un tatuaje de un símbolo Sami que representa este momento del día). Hacía tanto frío que apenas pude sacar fotos porque nada más sacabas la mano cinco segundos del guante se te congelaba y te dolían hasta las uñas. Pero mereció la pena. El silencio, la naturaleza, la encantadora belleza de las cabañas, el sol iluminándolo todo, reflejado en la nieve y expandiendo su brillo gracias a la ligera capa de hielo que cubría toda la naturaleza… Era simplemente maravilloso.


Antes de dirigirme a la carretera, me volví a meter en mi caseta unos minutos para volver a entrar en calor. Luego dejé la llave dentro del buzón de madera del restaurante y, finalmente, me despedí de Tankavaara. Me dirigí a la carretera principal por la que debía pasar mi autobús y esperé moviéndome de un lado a otro para tratar de mantenerme en calor mientras, de fondo, oía despertar a los huskies. Cuando me estaba empezando a enfriar apareció a lo lejos en la carretera un autobús que supuse era el mío, ya que hasta ese momento no había pasado ningún vehículo por aquel lugar. Le hice una seña al conductor y el bus paró a mi lado. Me subí y pagué mi viaje de vuelta a Rovaniemi. Los paisajes helados de la vuelta fueron igual de increíbles que los de la ida, pero no pude quitarme de la cabeza todo lo que había vivido el día anterior, no dejaba de recordar todos los momentos uno a uno y emocionarme con cada uno de ellos. ¡Había tenido tanta suerte con todo! La gente que había conocido, el tiempo, que coincidiera con que el pueblo estuviese lleno de huskies, las auroras boreales, que me invitaran a todo… Dejé Tankavaara atrás con la sensación de haber descubierto la esencia de la Laponia finesa, un lugar diminuto, único en el mundo. Me alejaba de Tankavaara sabiendo que aquella mágica experiencia la llevaría siempre en mi corazón. 

Hug the Universe



Alin Blanco

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