sábado, 29 de abril de 2017

My adventure in wild Lapland! (2:)




Resultó que aquella mujer rusa también viajaba sola y estaba tan perdida como yo, pero ella, al menos, tenía una reserva de alojamiento para pasar un par de días allí… Mientras la acompañaba a hacer al pequeño edificio de madera, decidí que después me dirigiría al Museo del Oro e intentaría encontrar allí a Kasper, ya que no había respuesta alguna a mi mail y suponía que ni si quiera lo habría leído. Así que eso hice, le dije a la señora rusa (que hablaba un poco de inglés) que me iba al museo y que nos veríamos allí. Salí de la casa y me eché a andar. Aquel lugar tenía algo mágico, la luz del sol reflejada por la nieve, las pequeñas casetas de madera, la naturaleza helada que todo lo envolvía… Era precioso, el lugar parecía sacado de alguna película.

Tankavaara y las pisadas de algún conejo
En menos de diez minutos llegué a la otra punta del pueblo, donde estaba el museo. Entré y pregunté por mi amigo. Para mi desgracia, él no estaba allí, pero alguien le llamó y me informaron de que en un cuarto de hora él estaría ahí. Y así fue, a los 15 minutos volví a encontrarme con Kasper. Se alegraba mucho de que yo estuviese allí y, aunque me dijo que no tenía mucho tiempo, me dejaron pasar al museo y me hizo una rápida visita guiada de unos treinta minutos. El museo era curioso y lo que él me contaba muy interesante, incluso me hizo una pequeña demostración de cómo encuentran oro en un puñado de tierra. Luego me dió una pequeña vuelta por la aldea y acabamos en el bar/restaurante/pub/recepción. Allí me presentó a los cinco únicos habitantes el lugar y, como él se tenía que ir, me dejó con ellos, pero no sin antes prometerme que nos veríamos más tarde. Así que allí me encontraba yo, en una aldea en mitad de la Laponia finesa, en un bar de lo más pintoresco con estos hombres tan simpáticos. De locos… 

        Kasper (segundo por la derecha) y Marko (segundo por la izquierda)
                              También había mujeres, por supuesto.
Como Kasper les dijo que soy estudiante de turismo, uno de ellos, decidió enseñarme el pueblo y las cabañas que alquilaban. La aldea no era más que lo que ya os he contado; una pequeña edificación de madera que hacía de bar /restaurante/ pub/ recepción, cuatro casas de madera también, y las cabañas o “cottages” que alquilaban. Luego estaba la “plaza” del pueblo, donde había un edificio un poquito más grande, que en verano hacía de sala de fiestas, y unas casetas de madera con los puestos completamente cubiertos de nieve.



El pub (y Marko fumándose un cigarrillo)













Solo en uno de los puestos no había nieve, y es que allí se encontraba la tienda “self-service” de bisutería que Kasper hacía con las piedras y minerales que encontraba en la tierra. 

La tienda self-service de bisutería de Kasper. No había nadie
para atenderte, solo tenías que coger lo que querías
 y meter el dinero correspondiente en la caja.


Mi nuevo amigo Marko, me abrió varias cabañas para que pudiese ver cómo eran por dentro. Eran increíbles, todo de madera excepto una pequeña chimenea de piedra que había en una esquina. Daba la casualidad de que el fin de semana siguiente se celebraba una competición de trineos tirados por huskies y los participantes iban llegando al pueblo durante los días previos. Es por eso que cuando yo llegué ya había unos 60 huskies (aunque me dijeron que cuando estuviesen todos, serían unos 600). Así que el entrar en esas casetas, el olor a madera, ver la nieve envolviéndolo todo en el exterior y los ladridos de los huskies de fondo… Era fantástico. Me sentía como si estuviese en otro mundo, en un mundo lleno de paz, nieve virgen y rayos de sol. Las ganas de quedarme a pasar un a noche en una de esas cabañas iban aumentando.





Hacía un día maravilloso, hacía frío, unos siete grados bajo cero, pero el frío era seco y, como el cielo estaba despejado, el sol te calentaba el cuerpo.
Mi amigo me llevó a los lugares cercanos al arroyo en el que buscaban el oro en verano y luego volvimos al pub donde se encontraba el resto del clan tomando tranquilamente un café. Pregunté por lo que podía visitar o hacer allí, a parte del museo y otras cosas relacionadas con el oro. Me recomendaron dos paseos por el bosque: uno era de 1,5km y el otro de 7km. Pregunté si era seguro ir por ahí yo sola, que no conozco el lugar, y si había algún tipo de señalización o algo con lo que pudiera guiarme y no perderme. Me dijeron que sí, que el camino estaba señalado, pero aún así me decidí por el paseo más corto, el que daba la vuelta al pueblo, alegando que me fiaba demasiado de mi sentido de la orientación. Marko se prestó a acompañarme si hacía el de 7km. Aunque dudé por un instante, acepté en seguida. ¿Qué mejor que un local para enseñarme el lugar?

Jamás podría haber imaginado lo que descubriría en aquel paseo...


Alin Blanco

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